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Reivindicando a Nietzsche (II)… "La política" (página 2)



Partes: 1, 2

¿Qué mayor propósito
político puede haber  si no es luchar por la libertad y
autonomía del hombre para
restituirlo a su verdadera esencia, libre y creadora? Por lo
demás, en sus escritos resulta indudable  que lo que
parecieran ser planteamientos puramente estéticos,
 insoslayablemente derivan  a un  entronque con lo
social y lo político, toda vez que lo
estético  en su filosofía posee una relación nada
accidental con lo político, en tanto ideal de comunidad y en
cuanto pregunta sobre la esencia del "ser" del pueblo
alemán. 

De otra parte, sin duda,  entre todos los filósofos, ha sido Nietzsche
(junto con Marx) quien
 ha tenido el mérito de mostrar su
 preocupación por el hombre para
que éste  recupere  sus  fuerzas creadoras
esenciales, aquellas que había perdido tras un largo y
milenario proceso de
alienación. Mérito innegable, sin duda, pues los
filósofos hasta entonces, se habían ocupado de los
problemas
puramente abstractos y especulativos, olvidándose de
los   problemas reales del hombre propiamente
tal.

Por eso, si vemos a Nietzsche más preocupado por
la crítica
a la metafísica
y la moral y
los valores en
general, no por ello dejará de lado sus preocupaciones por
los temas políticos propiamente dichos a los que, por lo
demás, en sus textos se referirá una y otra vez en
forma recurrente (pueblo, masa, Estado,
democracia,
nacionalismo,
antisemitismo,
socialismo,
liberalismo,
etc.).

Así, por tanto, inscrito en este cuadro, no fue
 por  casualidad que, en una  reveladora carta 
enviada a su amigo Gersdorff, el filósofo le
confesara:

"Mis propuestas tienen en cierto modo una
posibilidad política, y
sería muy bueno demostrar a la gente que no vamos a vivir
eternamente en lo alto y en la distancia, bajo nubes y
estrellas"

La
política según Nietzsche

 Sostener que Nietzsche es un pensador que
se preocupó de los problemas políticos, hay que
reconocer,  constituye una  imagen  poco
creíble,  puesto que se ha socializado en el
imaginario colectivo  la idea contraria. En lo fundamental,
esta falsa idea se encuentra  arraigada en los inconscientes
porque las ideas políticas
del filósofo se encuentran bastante alejadas de lo que
nosotros acostumbramos a comprender como temas políticos.
 

En efecto, al contrario de la mayoría, Nietzsche
no se mostrará optimista respecto de los verdaderos
resultados de las modalidades políticas al uso, al
sostener que mientras dichas modalidades se encuentren
empecinadas en alcanzar formas gregarias de convivencia, los
fines políticos que supuestamente pretende alcanzar, no
podrían ir más allá de ser el término
medio de un rasero que, como valor, la
modernidad ha
pretendido instalar. Por eso, cuando en sus textos trata temas
que nosotros acostumbramos a reconocer como políticos,
ello lo hará para criticarlos, para develarlos en lo que
son, esto es, en su imposibilidad de cumplir los fines
propuestos, sobre todo, el igualitarismo democrático que
como fin persiguen las distintas categorías
políticas al uso (liberalismo, socialismo, socialdemocracia, etc.)

En este punto, hay que resaltar la idea fuerza que
hace valer Nietzsche, a través de la imagen del
"espíritu libre", contraponiéndola a aquella otra
imagen que denomina "espíritu del siervo". En este
último,  lo social y lo público es sostenido
por un apego a los hábitos y costumbres cuyo mandato
acatan los espíritus siervos en virtud de sus modas,
costumbres y orondas creencias, lo que según Nietzsche
significa una mera falta de razones. Aquí, una tal
servidumbre originaria y constitutiva de los social y lo
público, hace patente la oculta sujeción a un
"instinto de rebaño", que obliga a la dependencia y, por
ello, un temor a la independencia.
Arrojados a la lisa de lo social y lo público, los
"espíritus siervos" son obligados al juego de las
vestiduras, adscritos a la hipocresía y la
comedia.

 Ahora bien, la política, para Nietzsche,
pertenece al puro campo de la ilusión, un espejismo que
orienta al ser humano a una eventual superación de los
males y superación de los conflictos que
le afligen. Sostiene que, la política, tal cual se la
había considerado hasta entonces, no ha sido más
que un campo de batalla en donde se han enfrentado
 distintos intereses, puestos en una imagen prospectiva, en
algo que se promete  alcanzar.

Esto quiere decir que el discurso
político es futurista y ofrece soluciones
para un mundo dolorido que desea abrirse a mejores horizontes.
Pero, es el caso que, en tal propósito, la política
resulta ser un fracaso, puesto que estando la vida y la
existencia en un incesante y constante devenir, cualquier
proyección a que se le quiera someter será un
imposible de realizar, justamente, en razón de que el
devenir es un campo que siempre se presenta incierto, un campo
que está siempre abierto a lo condicionado.

En política, como en filosofía las
verdades para Nietzsche no pueden ser "certezas", y si se insiste
en catalogar las verdades políticas, y todas las
demás verdades, en certezas, a lo más, acepta el
filósofo, éstas podrían considerarse como
verdades provisorias y nunca más allá de ello. Y si
bien admite que hay "que asegurar" (un sentido, un valor) para no
caer en el vértigo de lo puramente deviniente, este
aseguramiento, necesario por razones vitales, también debe
ser constantemente destruido, también por razones vitales.
Para el filósofo, las verdades nunca podrán ser
últimas, sino provisorias, son formas de fijar algo
estable  para no caer en el vértigo del sin sentido,
de la nada. Esta es la única forma de verdad posible para
el filósofo, tanto para las verdades que se pretenden
instaurar para la filosofía como para la política,
y así sucesivamente en todas las demás
categorías que es posible distinguir en nuestra cultura.

Más recientemente, en una idea más o menos
similar  el fallecido filósofo Norbert Lechner,
cartografiando el mapa sociopolítico y cultural de la
historia
reciente, señalaba que los procesos
políticos se asemejaban a un viaje a la deriva, sin mapa y
sin brújula.
En ellos  el viajero requeriría de medios e
instrumentos que le permitieran fijar y reorientar el rumbo para
moverse en el océano social e histórico, con
mínimas certezas acerca de donde viene y hacia donde va. O
sea, el problema político planteado por Nietzsche, hace
más de un siglo atrás, es un tema que se encuentra
abierto aún, en la política contingente
actual.

 Con estas ideas, no es que Nietzsche sea un
pensador pesimista, respecto de la política, puesto que
ésta la considerará posible, siempre y cuando se
encuentre orientada a la reconstrucción del pueblo, de los
pueblos, al ideal de una auténtica comunidad.
Para el filósofo esto último sólo se
logrará  rescatando al hombre y al pueblo del estado
calamitoso en que se encuentran, por la acción
del igualitarismo democrático promovido por la modernidad.
Para él, no podrá haber auténtica
política si no hay pueblo, porque sólo el pueblo es
esencialmente político, lugar en que la política
deberá llevar una síntesis
práctica apelando a las categorías políticas
fundamentales, esto es a su necesidad de organización y conducción, pero
dentro de una totalidad. Esto es, no sólo poniendo en un
único plano al igualitarismo, sino también, la
desigualdad, como categoría que le es intrínseca a
cada ser como tal.  Sólo a partir de estas
ideas  podremos entrar a examinar la visión que tiene
el filósofo sobre algunos de los más importantes
temas políticos por él abordados. Claro
está, problemas políticos, no mirados desde una
perspectiva puramente contingente, sino problemas
políticos derivados de circunstancias y condiciones muchos
más elevados, mucho más vitales.

En este orden, su Gran política, en
contraposición a la pequeña política,
aquella que la modernidad pretende instituir, se orientará
por una lucha contra aquellas instituciones
destinadas a perpetuar y consolidar la anulación de las
diferencias, la homogeneización de lo
jerárquicamente diverso, la sustitución de los
valores
peculiares de cada individuo o de
cada pueblo en un vacuo absoluto llamado Bien
Común.

 "El buen
europeo"

 La Europa de
mediados del siglo XIX se encontraba entrampada en una gran
convulsión. Habiendo fracasado los movimientos
revolucionarios de 1848-1849, el viejo continente lejos de
orientarse a resolver los problemas que originaron los intentos
revolucionarios, cada vez más empezará a
experimentar un proceso de división, no sólo
enemistándose unos pueblos con otros, sino también
experimentando fragmentaciones al interior de sus propias
fronteras. La caótica situación de entonces, ha
quedado registrada por un testigo de excepción, Ricardo
Wagner, quien describiría la situación de la
época en los siguientes términos:

"Europa nos parecía un gigantesco
volcán, de cuyo interior nacía un estruendo
horrible, cada vez más fuerte, y de cuyo cráter
emergían columnas de humo oscuras, tormentosas, que se
elevaban hasta el cielo y, tras sumergirlo todo en la noche, se
depositaba sobre la tierra,
mientras ya algunos ríos de lava rompían la costra
dura e invadían el valle como emisarios del fuego 
que todo lo destruye" (Artículo publicado como
anónimo en el
periódico Voksblatter).

 Una vez abortados los movimientos
revolucionarios, ninguno de los graves problemas del viejo
continente quedó resuelto, fundamentalmente, el de las
nacionalidades. Al contrario, Alemania, por
ejemplo, siguió dividida en países y principados,
mientras Polonia seguía oprimida e Italia
fragmentada. Pronto los Estados triunfantes empezarán a
enemistarse entre sí, suscitándose interminables
conflictos y
controversias entre ellos. Las disputas empezarían a ser
los signos que
prevalecerían en la época, los que ya en la segunda
mitad del siglo XIX vienen a cristalizar en dos grandes
acontecimientos sangrientos: La Comuna de París y
la Guerra Franco Alemana, rubricando así el
desolador panorama europeo. Carlos Marx,
atento observador de los acontecimientos de la época,
comparará los resultados de las revoluciones de entonces
con el de las revoluciones burguesas anteriores (Inglaterra y
Francia).

En efecto, para Marx, tanto la revolución
en Inglaterra de 1648, como la de Francia en 1789, fueron
más allá de sus propios modelos. De
estilo europeo ambas habían proclamado el orden
político para la nueva sociedad,
marcando nítidamente el triunfo  de la propiedad
burguesa sobre la feudal, haciendo prevalecer el concepto de
nación
por sobre los provincialismos y localismos que imperaban en esa
época. Rubricará Marx su juicio diciendo que ambas
revoluciones

"expresaron en mayor medida las necesidades del
mundo de la época que las necesidades de los
países  en las que se produjeron: Francia e
Inglaterra
".

Como contrapartida, según el mismo Marx la
revolución de Marzo en Prusia,
      

"lejos de ser una revolución europea, no fue
sino el mezquino contragolpe de un país atrasado. En lugar
de adelantarse a su siglo se atrasó en más de
cincuenta años. Mientras los hombres de 1648 y de 1789
tuvieron el sentimiento de estar encabezando un sentido de
creación para una nueva Europa, todo el orgullo
berlinés de 1848 se reducía a pretensiones
anacrónicas. Su brillo se asemeja a la luz de esas
estrellas apagadas después de cien mil años y cuya
luz retrasada llega todavía a la tierra"

Es en  este cuadro que Nietzsche aparece como
heredero involuntario de la caótica situación de
entonces, cuando apenas se empinaba por sobre los cuatro  o
cinco años de edad. Poco más tarde tendrá el
mérito, junto a Marx, de empezar a preocuparse por los
problemas del hombre y la sociedad de su tiempo,
más que todos los filósofos anteriores, los que no
habían podido escaparse a las consideraciones generales de
los problemas puramente especulativos y abstractos en que se
habían quedado encerrada la filosofía y los valores
culturales.

Y para lo que al caso más importa, Nietzsche
prevé que en la misma situación de inestabilidad
política del continente se encuentran los elementos para
alentar su unidad. Sobre todo, el problema de los nacionalismos,
los que habían proliferado a niveles provinciales y,
aún, de ciertos principados que se negaban a morir en
plena época moderna.

"Mostradme a un hombre que justifique la existencia
de una humanidad, un hombre por el cual pueda uno continuar
creando en la humanidad. El carácter chato y mediocre del hombre
europeo es nuestro máximo peligro, porque la vista de tal
hombre nos desalienta y nos abate (I, 12, G.M.)

 Este juicio que aparenta demostrar un
pesimismo radical no debe llamarnos a confusión puesto que
la referencia, encontrándose hecha respecto de aquellos
que llevaban dentro de sí sentimientos exacerbadamente
nacionalistas, no pueden esconder su esperanza de que dicho
estado pudiera ser transitorio para dar paso al "buen
europeo
"; un europeo alejado de los nacionalismos hasta
entonces imperantes, mal de males que según el
filósofo había que superar.

Hasta entonces el espíritu europeo se encontraba
disperso en espíritus puramente nacionales, unos
más definidos que otros, en que el caso alemán y el
eslavo, por ejemplo, aparecían informes y
carentes de estructuras,
íntegramente consagrados a su devenir y a sus nostalgias.
Es en este contexto que a mediados de los años 70,
Nietzsche se irá proyectando más como un pensador
europeo antes que alemán en sentido estricto. En tal
condición reivindicará, una y otra vez, la
necesidad de unidad de los pueblos del viejo mundo, propugnando
la eliminación de los estúpidos nacionalismos y
patriotismos que llenaban los discursos de
la época.

A partir de esta idea empieza a germinar su primera
concepción política, al declararse abiertamente
opuesto a los nacionalismos imperantes. Más aún, en
los términos de hoy, podríamos concluir que
asumió una visión geopolítica, pues la unidad que reivindica
no abarca  solamente los términos políticos,
incluirá también, entre otros, el campo militar,
cultural, etc. Entusiasmado con esta idea es que
destacará  las dos grandes tentativas para superar el
estrecho nacionalismo
que le antecedió:

"Napoleón, el despertar de nuevo al hombre y
al soldado para la gran lucha por el poder; al
concebir a Europa como una unidad
política"

"Goethe, al imaginar una cultura europea que
recogiese la herencia de todo
lo conseguido por la humanidad" (104, V:P.)

 Imbuido en este ánimo unitario,
pronto lo veremos emplear recurrentemente el término "buen
europeo", referencia hecha respecto de aquellos que
necesariamente tendrían que superar el problema estrecho
de las nacionalidades. Para Nietzsche, el hecho más
negativo a los propósitos unitarios de Europa, era que
existían demasiados franceses, demasiados ingleses,
demasiados alemanes, austriacos, etc., y ningún hombre
capaz de pensar con lucidez los problemas desde un punto de vista
más amplio, más omniabarcador, es decir, europeo
en  sentido estricto.

Más específicamente, a partir de
Humano demasiado humano, empezará a utilizar este
término señalando con ello que  sólo el
buen europeo podrá ser capaz de
preparar

"aquel estado de cosas, todavía hoy tan
lejano,  en el que a los grandes europeos les llegará
la hora de realizar su gran tarea: la dirección y supervisión de la cultura entera de la
Tierra"

 Desde entonces, esta es una idea que
permanecerá profundamente arraigada en el filósofo
hasta sus últimos días, haciendo expresión,
una y otra vez, en sus aforismos esta idea:

"La locura de las nacionalidades es la causa de que
los pueblos de Europa se hayan convertidos en extraños
entre sí; tal locura ha llevado a que los políticos
de visión miope mantengan a los pueblos de Europa
divididos" (256, MBM)

 "…el nacionalismo, es neurosis nacional
de la que está enferma Europa, esa perpetuación de
los pequeños Estados de Europa, de la pequeña
política: han hecho perder a Europa incluso su sentido, su
razón –la han llevado a un callejón sin
salida- ¿Conoce alguien, excepto yo, una vía para
escapar del mismo?… ¿Una tarea lo suficientemente grande
para unir de nuevo a los pueblos? (2, El caso Wagner,
E.H.)

 Hay que reconocer hoy, que su temprana
idea de una Europa unida viene a ser una más de sus
geniales intuiciones.
Ello, porque si el sueño temprano de Bolívar de
una América
Latina unida, todavía aparece como tarea pendiente en
esta parte del mundo, en cambio, su
anhelo de una Europa unida, a poco más de cien años
de su muerte, es ya
casi una realidad completa. Y esto hay que destacarlo, porque
¿quién iría a pensar en su
época  que Europa pudiera unirse en lo
político y lo económico y, aún en muchas
medidas técnico-administrativas que le permiten hoy
desplazarse de un país al otro sin pasaportes ni trabas
aduaneras?

En efecto, el Parlamento Europeo en lo político,
el Euro en lo monetario,  y diversas otras medidas en los
más diversos ámbitos de las interrelaciones entre
sus países (tributario, ecología, comercio,
justicia,
turismo, etc.),
son elementos más que sustantivos  de una unidad que
se ha estado llevando a cabo en los más diferentes planos
en los países de Europa.

Con esta idea el filósofo, nos enseña que
pensar no es únicamente iluminar el presente, sino
también, y principalmente, abrir el futuro. Sí,
porque sólo quien pueda llevar en su piel  el
calor de esta
idea, puede pensar  a contra corriente sobre lo impensado
por los demás. En esta idea, sólo a Nietzsche se le
podría haber ocurrido, hace más de un siglo
atrás, algo tan impensable para las condiciones
políticas y socio culturales de la Europa de entonces; lo
que lleva a concluir que estamos asistiendo hoy a la
materialización  de una más de las tantas
intuiciones geniales del filósofo, ahora en el campo
político.

 Un mentís rotundo  para aquellos que
todavía piensan e insisten que a Nietzsche no le
interesaron para nada los asuntos 
políticos.

Nacionalismo

 El ambiente
nacionalista y bélico de la época, habría
hecho poco menos que improbable o, tal vez, imposible, que a los
jóvenes europeos,  fundamentalmente a los
jóvenes del pueblo alemán, les hubiera sido posible
haber tomado  posiciones que no fueran a favor de las
corrientes nacionalistas que se encontraban en boga. Por ello,
cualquier supuesto nacionalismo en Nietzsche, hay que entenderlo
a partir de las condiciones socio-culturales imperantes
en la Alemania de la época y, sobretodo, remitido al
periodo de la formación de sus primeras ideas, en la
época de su adolescencia y
juventud. Si a
ello agregamos las condiciones de su entorno familiar, un hogar
conservador, conformado sólo por mujeres pías
(madre, hermana, tía y  abuela), en las que la
formación cristiana y nacionalista  se encontraba
fuertemente arraigada, cualquier posición autónoma
para el joven Nietzsche en esa época era
impensable.

En dicho entorno lo mejor para el adolescente Nietzsche
era  no entrar, por el momento, en detalles acerca de las
ideas que tempranamente venía madurando. Es en  este
contexto que  no deben asombrar ciertas cartas suyas que
lo muestran como un joven sumiso y obediente, antes que
irreverente como hemos llegado a conocerlo a través de su
obra.

Para el caso, tomemos el ejemplo de una carta enviada a
su madre en los siguientes términos:

"El Domingo no nos podremos ver, pues voy a recibir
la santa comunión. Además deseo, querida
mamá, la bendición de Dios
".

 Por cierto, en su  época,  dicha
carta, a nadie haría presumir  que ese
espíritu obediente al que llamaban "el pastor",
por recitar de memoria pasajes
de la Biblia se convertiría, años más tarde,
en el mayor blasfemo contra la cristiandad y el mayor opositor a
los nacionalismos imperantes en Alemania y en toda
Europa.

Si a ello agregamos los métodos de
enseñanza que estaban en boga en las
escuelas alemanas, eso era también un factor que jugaba en
contra de la posibilidad de libertad y autonomía en los
jóvenes espíritus alemanes. En efecto, la
rígida disciplina
impartida en las escuelas alemanas contenían todos los
elementos para hacer exaltar en los jóvenes estudiantes un
exacerbado espíritu patriotero y nacionalista. Por eso, a
pesar de su temprana naturaleza
individualista, el que habría de ser uno de los grandes
disidentes de la cultura de la época, en su
niñez  e inicios de su adolescencia había
terminado por aceptar las influencias de su hogar y las
enseñanzas de la escuela enmarcada
en una  rígida disciplina, a  lo que
habría que agregar, la influencia ejercida por una marcada
cultura y tradición luterana.

Ahora bien, sin perjuicio de estas circunstancias, que
no constituyen un dato menor para enfocar el problema de las
supuestas ideas nacionalistas de Nietzsche, algunos
intérpretes, en su afán por asociar a Nietzsche con
posiciones nacionalistas, han concluido juicios a tales
propósitos tomando como base que éste fue preparado
militarmente en el periodo de su servicio
militar y sobretodo, por su participación activa como
voluntario en la guerra
franco-alemana. Siendo estos hechos ciertos, las circunstancias
en que éstos se llevaron a cabo merecen una
explicación más pormenorizada.

 En 1866, Prusia entra en guerra contra Sajonia,
dando comienzo a lo que sería el II Reich. Es cierto que
Nietzsche se declaró alguna vez prusiano fanático y
se preciaba de leer los discursos de Bismarck como un "vino
fuerte
", pero también es cierto, que siendo llamado a
alistarse para cumplir con el servicio militar ((09.10.67),
teniendo una avanzada miopía, ello no impidió que
lo alistaran por un error del médico examinador,
contrariando los deseos de su madre y el suyo propio.

Mucho más compleja se muestran las motivaciones
que tuvo para participar en la guerra franco-alemana (69-70).
Ante la inminencia de esta guerra, en su primer momento,  se
empeña por eludir su alistamiento para cuyo fin renuncia a
la nacionalidad
prusiana; según propia confesión, su actividad
docente no podría  ejercerla si pendía sobre
él la posibilidad de ser llamado a las filas del
ejército. En una carta a su amigo Brandes referirá
sobre el tema:

"Tuve que renunciar a mi ciudadanía alemana, pues como oficial me
habrían llamado a filas a menudo,  y habrían
perturbado mis tareas académicas"

 Entonces, ¿cuáles
habrían sido los motivos para que poco después se
precipitara a solicitar su participación en la guerra
franco-alemana como voluntario? Estos no se encuentran muy
claros, sin embargo, todo pareciera indicar que ello se
originó por profundas motivaciones culturales. En efecto
siendo un diletante en extremo, no podía escatimar
ningún sacrificio personal para ir
en defensa de la cultura, más sobretodo, cuando sobre ella
pendía una grave amenaza. La primera señal la
encontramos en una carta a su madre.

       "A la postre yo
también me siento desanimado de ser suizo.
¡Está en juego nuestra cultura!… ¡Y
aquí ningún sacrificio es demasiado grande!…
¡Ese maldito tigre francés!"

 Más tarde, Nietzsche
reafirmará su diletantismo al fragor de los
acontecimientos de la Comuna de París. Cuenta en sus notas
Cósima Wagner que mientras recibían noticias sobre
dicho acontecimiento, Ricardo Wagner irrumpe en la sala
anunciando que París ardía por los cuatro costados.
Nietzsche, inmediatamente, irrumpe en desconsolados sollozos;
claro está,  no por lo que la guerra pudiera
significar en pérdidas de vidas, sino ante su creencia de
que el museo de El Louvre estaría ardiendo en llamas.
Corrobora este hecho, narrado por  Cósima Wagner, una
posterior carta de Nietzsche a su amigo Gersdorff:

"Cuando me enteré de la quema de París
estuve varios días totalmente aniquilado y anegado en
lágrimas y desesperación; toda la existencia
científica y filosófica-artística me
pareció una absurdidad, cuando un solo día
podía acabar con las obras más hermosas, incluso
periodos enteros del arte
"

 Sin perjuicio de estos y otros
antecedentes, lo que si queda fuera de toda duda es que, a partir
de la década del 80 y, más precisamente, a partir
de la publicación de Humano, demasiado humano,
Nietzsche empieza a mostrar severos juicios en contra de los
nacionalismos, fundamentalmente, del nacionalismo alemán.
A medida que su pensamiento va
madurando, atrás van quedando sus ideas nacionalistas de
antaño, adoptando una nueva posición que
reiterará en éste y sus posteriores libros.

Desde entonces, contra los alemanes y el nacionalismo,
Nietzsche las emprenderá  una y otra vez, de lo cual
en Ecce Homo entrega sobrados testimonios.

"Cuando me imagino un tipo de hombre que
contraría todos mis instintos, siempre me resulta un
alemán. La sola cercanía de un alemán me
corta la digestión"

 "El primer ataque fue para la cultura alemana,
a la que ya entonces yo miraba desde arriba con inexorable
desprecio"

 "…No hay peor malentendido,
decía yo, que creer que el gran éxito
bélico de los alemanes prueba algo a favor de esa
cultura"

 "Se comprenderá también de donde
procede el espíritu alemán –de intestinos
revueltos… El espíritu alemán es una
indigestión, no da fin a nada"

 Antisemitismo

 Desde 1945 en adelante, se ha acostumbrado
a socializar el problema del antisemitismo derivándolo del
nacionalsocialismo alemán. Sin embargo, el problema en
sí es de más larga data y presenta en su origen y
desarrollo
elementos históricos de mayor complejidad. Y si bien no es
un problema dado estrictamente en Alemania, es en dicho
país donde sus alcances derivan a elementos de mayor
significación y notoriedad.

Como muchas veces se ha dicho, el supuesto antisemitismo
de Nietzsche hay que comprenderlo a partir del uso que hizo el
nazismo de las
ideas del filósofo. Resabios de una creencia que
aún  hasta hoy subsiste y, por tal, se hace necesario
desmitificar. Ciertamente, su estilo de escritura,
incluidos sus aforismos y contradicciones, facilitaron el camino
para que determinadas palabras, frases o párrafos,
pudieran ser sacadas de contexto y atribuírsele así
connotaciones antisemitas. No obstante, más allá de
esta causa, existen varias otras razones por las que aún
se sigue creyendo que Nietzsche tuvo inclinaciones
antisemitas.

Desde luego, en primer lugar, su gran amistad con
Wagner y, especialmente, con su mujer
Cósima, los que eran cabeza visible de un círculo
de intelectuales
y amigos de reconocida posición antisemita. De otra parte,
hay que admitir, cierta responsabilidad que le cupo a su editor
Schmeitzner. En efecto, siendo éste uno de los
líderes más activos del
antisemitismo, el "Congreso Internacional
Antijudío"
convocado en Dresden el año 1882,
lo nombra como delegado con pleno poderes. Por esta razón,
al publicarse "Zaratustra", muchos de los antisemitas
pasan a considerar a Nietzsche como uno más de los suyos,
precisamente, por su estrecha relación con su editor, y
los no antisemitas, deducen en tal sentido, una estrecha
colaboración entre el filósofo y
éste.

Por si fuera poco, está también la
relación estrecha  que tuvo con su hermana Elizabeth,
reconocida antisemita perteneciente al círculo de Wagner
y, más aún, la circunstancia  de que estuviera
casada con Bernhard Forster, reconocido en Alemania por sus
actividades antijudías.

 Así entonces, como cuñado de
Bernhard Forster, como hermano de Elizabeth, como autor de
Schmeitzner, y como seguidor, en una época de Wagner, eran
antecedentes más que suficientes para quedar ante los ojos
de la opinión
pública como un seguidor o, a lo menos, como
simpatizante del antisemitismo. No obstante, en lo más
sustantivo, hay que reiterar que  la supuesta
posición antisemita del filósofo hay que concluirla
a partir de la utilización de su pensamiento
filosófico hecho por el nacionalsocialismo alemán.
Naturalmente una lectura desde
dichas fuentes
necesariamente tenían que llevar a concluir una
posición antijudía del filósofo.

Y si bien las estrechas relaciones del filósofo
con personas de reconocida posición antisemita
bastarían para concluir en él también ideas
en dicha línea, hay que señalar que esta primera
impresión es equivocada, pues corresponde a una
impresión derivada de hechos y circunstancias coyunturales
remitidas a una determinada época de su pensamiento,
posición que, paulatinamente, el filósofo
irá cambiando hasta dejarla completamente invertida
llegando finalmente a despreciar tal postura.

 En efecto, los hechos posteriores a esta primera
etapa que hemos definido como idealista, comprueban su definitivo
alejamiento de Wagner, no sólo motivado por 
profundas diferencias culturales, precipitado a partir de la
presentación de la ópera Parsifal, sino
también, porque Nietzsche, en su momento, empezó a
hastiarse  de las fuertes posiciones antisemitas vinculadas
en torno al
círculo de Wagner:

       "Ya en el
verano de 1876, en plena época de los primeros festivales,
le dije adiós a Wagner en mi fuero interno. Yo no soporto
lo equívoco, sea cual fuere su índole; desde su
radicación en Alemania, Wagner transigía
gradualmente con todo lo que yo desprecio –incluso el
antisemitismo" (Prólogo, NCW).

 De otra parte, respecto a la
relación con su hermana, hemos visto sus profundas
diferencias con ella, no sólo  diferencias
filosóficas,, sino también en lo que respecta al
problema del antisemitismo de ésta, lo que a la postre
sirvió de detonante para que tomaran distancia uno de otro
y, más fundamentalmente, cuando ésta se
había casado con ese "fanático antisemita"
a quien el filósofo llegó finalmente a despreciar,
justamente, por lo radical de su posición en dicho
sentido.

Entonces, si alguna posición antisemita
pudiéramos atribuirle a Nietzsche, no podríamos dar
por sentado un antisemitismo genuino, entendido éste como
centro de una cosmovisión con la que no puede simpatizar
ningún judío, esto es, sobre la base de una
cualidad biológica irrenunciable por la que se le declara,
sin más ni más, enemigo universal. De allí
que sus supuestas posiciones antisemitas hay que comprenderlas
por aquellas mismas razones dadas a conocer cuando desmitificamos
su supuesto nacionalismo: juicios de juventud, motivados por la
presión
cultural de la época, marcado por un sentimiento
excesivamente nacionalista y prusiano, en donde ser antisemita
equivalía estar a la moda. Esto
último es reconocido por el mismo filósofo cuando
confiesa que se dejó llevar por la estupidez antisemita no
quedando inmune

"a esa enfermedad y que, como un primer
síntoma de infección política, al igual que
todo el mundo, me haya puesto a pensar en cosas que no me
incumben en absoluto" (251, MBM)

 Lo que para el caso importa, resulta
evidente que en su pensamiento ya maduro, todo vestigio de
antisemitismo queda definitivamente atrás y, más
aún, evoluciona de tal forma que sufre una
involución total, declarándose ahora un furibundo
crítico de cualquier forma de antisemitismo:

       "Todo
judío encuentra en la historia de sus padres y de sus
antepasados un manantial de ejemplos de razonamiento frío
y de perseverancia en situaciones terribles, del más
ingenioso aprovechamiento de la desgracia y del
azar….Nunca han dejado de creer que estaban llamados a los
más altos destinos, ni han dejado de adornarles todas las
virtudes de los que sufren. La manera que tienen de honrar a sus
padres y a sus hijos, sus matrimonios y sus costumbres
conyugales, les distinguen entre todos los europeos"
(205,
A)

        "Ahora
bien, habida cuenta que ya no se trata de conservar naciones,
sino producir una  raza europea mezclada y lo más
fuerte posible, el judío es un ingrediente tan útil
y deseable como cualquier otro residuo nacional" (475,
HH)

 El
Estado

Nietzsche consideró al Estado como una de las
mayores perversiones creadas por el hombre. Según
él, el Estado
representa lo abstracto, manteniendo una  conducta
despersonalizada, tratando  a los individuos de un modo
indiscriminado, por eso, cuando el  individuo, se somete a
él y depende de él, pierde su individualidad, su
creatividad y
su libertad. Más aún, en frase más
lapidaria, Nietzsche nos dice  que cuando el  individuo
se somete o acepta el Estado se transforma en siervo, cayendo en
un estado borreguil. Sólo en el momento que se acabe el
Estado podrá  surgir el verdadero hombre (el
Superhombre).

. "Allí donde el Estado acaba, comienza el
hombre que no es superfluo; allí comienza la
canción del necesario, la melodía única e
insustituible. Allí donde el Estado acaba, ¡mirad
allí, hermanos míos! ¿No veis el arco iris y
los puentes del superhombre?"
("Así habló
Zaratustra").

 El Estado ha nacido para los
demasiados, para los superfluos: los atrae, los devora y los
rumia. La emancipación del Estado es el camino hacia aquel
que aspira a ser algo más que número cambiable
entre los demasiados, el Superhombre dueño de sus valores
e insustituible.

 Nietzsche considera que el Estado se encuentra
vaciado de su contenido original por el avance de las fuerzas
reactivas que se encuentran en su interior. Cuando se glorifica
el Estado –máxima glorificación de Hegel para el
Estado prusiano- éste pasa a ser enemigo declarado de lo
que el verdadero Estado debiera posibilitar o producir; esto es,
al pueblo, su cultura y al hombre en tanto individuo
creador.

Para Nietzsche, cuando el Estado invierte sus objetivos es
el momento en que aniquila al pueblo; el momento cuando el
"más frío de todos los monstruos" proclama la gran
falsedad de que "Yo el Estado, soy el pueblo". Entonces, cuando
el pueblo identifica sus intereses con los del Estado pierde su
esencia y motivación
creadora transformándose en "masa", esto es, individuos
gregarios, uniformados, nivelados, domesticados y nada más
que eso.

Sin embargo, advierte Nietzsche, siendo el Estado una
institución inteligente, cuyo fin es evitar que los
hombres se hieran, al sobredimensionársele en sus
propósitos que le son intrínsecos pierde tal
cualidad, haciendo perder a los individuos su fuerza para crear
lo nuevo, aprisionándolos en el aparato burocrático
de su funcionamiento. Por eso, Nietzsche justificará el
Estado, sólo cuando a través de él se
verifique la plena realización del pueblo, esto es, la
posibilidad de su cultura y su desarrollo como individuo
creador.

 En este orden, Nietzsche, dejará al
descubierto  la estrecha relación existente entre los
sistemas de
enseñanza y el Estado. En sus conferencias del año
1872, "Sobre el porvenir de nuestras instituciones de
enseñanza
", denunciará la íntima
imbricación existente entre ambos entes. Existe una mutua
retroalimentación entre éstos. Por
un lado, los sistemas de enseñanza dependen de las pautas
y direcciones que da el Estado y, por otro, el Estado no
podría sobrevivir sin los sistemas de enseñanza que
quedan bajo su dirección y tutela.

En efecto, el Estado, como promotor e impulsor de
 ideas morales, para imponerlas, no podría prescindir
de los sistemas  educacionales, siendo fundamental a tal
propósito su cúspide, la universidad. Para
tal fin, el Estado necesita profesionalizar a los jóvenes
de manera que el profesional universitario sea el individuo
corriente. Se trata de hacer aprovechables a un gran
número de jóvenes a los que se les inculca la idea
de la necesidad de poseer un privilegio ilustrado de modo que,
antes de oponerse a esta ilustración domesticadora, ellos mismos
exigen de parte del Estado poder recibirla

Así, detrás de una supuesta  libertad
académica siempre se dibuja la silueta de una
obligación feroz: la que impone el Estado. A través
de la mal llamada libertad académica, el Estado controla
todo quehacer. De hecho, las autonomías de las
universidades es una treta del Estado; el Estado quiere atraer
hacia él funcionarios dóciles e incondicionales. Lo
hace a través de obligaciones
rigurosas y de controles que creen darse ellas mismas en una
supuesta autonomía.

"… ¿Estados? ¿Qué es esto?
Abridme ahora los oídos, pues os digo una palabra en
cuanto a la muerte de
los pueblos. (…) Estado, de los monstruos fríos,
así se llama el más frío. Y es asimismo con
frialdad que miente, al salir de su boca esta mentira: Yo el
Estado soy el pueblo. Esta es la mentira. (…)
Confusión de lenguas que
hablan del bien y del mal, este signo os lo doy como el signo del
Estado. En verdad es un querer de muerte lo que significa este
signo. ¡En verdad los predicadores de muerte les hace
signo! (…) Sobre la tierra nada es mayor que yo: Soy el
dedo de Dios que ordena, ruge así el monstruo. ¡Y no
tan sólo bestias con grandes orejas y con corta vista los
que caen de rodillas! (…) Estado, nombro así el
lugar donde todos beben el veneno, buenos y malos; Estado, lugar
en donde lentamente se dan ellos mismos la muerte, y aquello que
se llama vida"

 La avidez totalitaria del Estado por configurar un
sistema
universitario que asegure las morales y teleologías que
persigue, erige a la universidad ilustrada contra lo "no
universitario", ello, a partir de su propia genealogía que
establece un pensar libre y autónomo, figuras éstas
que, como contra caras se desvirtúan,
invirtiéndose.

En definitiva, aunque no lo refiere
explícitamente, a semejanza de Marx, Nietzsche es de la
idea que en la medida que el hombre vaya madurando
políticamente, cuestión que el lo ve sólo a
través del proceso de la Gran Política, en el
momento cuando el Superhombre reemplace al "último
hombre", en ese momento, y sólo entonces el Estado ya se
 hará completamente innecesario.

Igualitarismo,
democracia

El siglo XIX, desde el cual nos habla Nietzsche, es el
siglo en que democratismo e igualitarismo  son
términos que empiezan a ponerse de moda. Es un periodo de
grandes contradicciones, porque negándose a morir del todo
los antiguos absolutismos, sin embargo, la aspiración
democrática forcejea para pasar a ocupar un lugar
preeminente en la sociedad europea.

Como se sabe, la democracia en su concepción
moderna, surgida en el siglo XVIII, en los albores de la
Ilustración, encuentra su momento cúlmine en
"La Revolución
Francesa" en que sus principios de
libertad, igualdad y
fraternidad se hacen carne en el espíritu europeo del
siglo XIX. Y si en su origen ilustrado la palabra libertad
adquiere un significado teórico-filosófico y la
fraternidad un significado social, la igualdad adquiere un
significado político, y por tal, hija predilecta de todas
las tendencias democráticas que empezarían a
ponerse en boga.

 Para comprender la idea negativa que tiene
Nietzsche sobre la democracia, tenemos que partir del hecho que
él es contrario a las ideas modernas. Pero no de cualquier
idea, sino de todas las ideas modernas sobre las cuales ejerce
una crítica radical. Es crítico de éstas
 porque, en lo fundamental, éstas le parecen
atentatorias a la propia esencia del ser del hombre,  al
querer hacer prevalecer el  instinto gregario a
través de las ideas filosóficas y políticas
que permeaban los ideales de la época   Al
intentar así hacerlo, las ideas modernas reivindican al
hombre amputado, en tanto como totalidad humana que es, no puede
olvidársele su otra cara, su individualidad, como esencia
de su propio ser. Una y otra vez denuncia muy  fuertemente
que el instinto gregario es lo que se encuentra
 detrás de las ideas modernas, fundamentalmente en
sus ideas políticas.

En este cuadro las categorías políticas al
uso (liberalismo, socialismo, nacionalismo, etc.), no pueden
dejar de ser objeto de su denuncia. Más aún,
 la obsesión por el gregarismo, -fin perseguido por
las ideas modernas-, donde mejor tiene su expresión es,
precisamente, en las ideas políticas al uso en su
época. Entre éstas, la democracia y el
igualitarismo, como ideal político, son objeto de su
particular análisis genealógico y le suscitan
una gran atención

En lo político  la igualdad será un
concepto que caerá bajo la atenta mirada del
filósofo haciéndola objeto de una aguda
crítica en su objetivo
propuesto como tal. Pero más allá de su significado
político, Nietzsche desconfiará de la igualdad en
todas sus significaciones, criticando por ello la igualdad
otorgada al hombre  tanto por la gracia divina, como por la
razón ilustrada o por la política
moderna.

Según el filósofo, en la sociedad moderna,
el ser humano se ha convertido en un animal gregario, en un
rebaño, y necesita institucionalizar esa valoración
y organizar su vida al calor de instituciones políticas.
Sin duda, y Nietzsche insiste en este punto, la democracia es la
mejor expresión de cómo se ha radicalizado el
 instinto gregario, al cual Nietzsche se opone con todas sus
fuerzas. Para Nietzsche, la democracia moderna, sea la liberal o
la socialista, busca mediante la gregarización asegurar el
bienestar, y el  mejor modo de vida del hombre. Pero,
refugiarse en la democracia para alcanzar los supuestos de
bienestar y felicidad,  para el filósofo es un signo
de de debilidad, de cobardía,  por no  atreverse
a enfrentar la  vida en toda su totalidad (realidad), en
todo lo que es, en su tragedia, en su acaecer, en su azar y
también en sus incertezas y propios errores
también.

Las categorías políticas fundamentales de
la época, entre las que están, la democracia y el
igualitarismo, buscan afanosamente el  gregarismo como modo
de posibilitar el aseguramiento entre unos y otros, son instintos
que nos defienden de aquellos peligros que creemos nos pueden
destruir, y como tenemos miedo y somos cobardes, nos aferramos a
éstos para encontrar allí cobijo. De ahí el
rebaño, pensando que así podemos tener una vida
mejor, figura en donde se impone lo cuantitativo a lo
cualitativo. Así entonces, la cantidad se convierte en el
mejor criterio para asegurar una mejor calidad de
vida, y quien  quiera  ejercer su propia
individualidad,  como que queda aherrojado entre muros, algo
inconveniente que perturba la tranquilidad del
número.

Sin embargo, a pesar de su crítica, Nietzsche
reconoce en ésta un gran avance, en cuanto retoma la
razón para el hombre de suyo natural, aquella que
había sido aplastada por el igualitarismo cristiano por
más de dos mil años. Claro está, un
igualitarismo que en su nueva forma no puede desprenderse del
vicio del "tú debes", presente en todo tipo de moral. Y
aunque la igualdad democrática no significa un cambio de
rango ontológico, respecto de la promovida por el cristianismo,
sin embargo produce un cambio de importancia suma, en cuanto la
dependencia del tú debes ligado al Dios cristiano pasa
ahora a una dependencia secular (el gobernante, la Constitución, la ley, el Estado,
etc.)

 Para Nietzsche la democracia política y el
igualitarismo que ella promueve es una nueva forma de moral;
moral secular, moral política,  pero, al fin y al
cabo, siempre moral. Más aún, la igualdad promovida
por el democratismo moderno no es más que la
expresión del instinto del animal gregario, instinto que
ha conseguido irrumpir y predominar sobre los demás
instintos; un instinto heredado del ancestral movimiento
cristiano: "…ayudada por una religión que ha
favorecido y adulado los deseos más elevados del animal de
rebaño, las cosas han llegado a tal extremo que hasta en
las instituciones políticas y sociales cabe encontrar,
cada vez más claramente, la expresión de esta
moral: el movimiento democrático representa la herencia
del movimiento cristiano (
202, MBM)

 Para Nietzsche la democracia moderna no
sólo terminó por destronar al rey y secularizar la
palabra de Dios, sino que terminó por cambiar la
situación del rebaño religioso por la del
rebaño político. No obstante, ahora en este nuevo
rebaño el hombre sigue apocándose como tal,
sacrificando su innata individualidad, rindiéndose a la
mediocridad del número. El igualitarismo
democrático ha terminado por convertir al hombre en algo
subjetivo, inconsistente y banal. Con ello  el hombre en vez
de ganar posiciones más altas, se sigue retrotrayendo a
una mínima significación; justo el momento cuando
el pueblo deja de ser tal  para transformarse en
masa.

Y es en este punto cuando Nietzsche se hace la 
pregunta, de que para qué diablos ha servido el inmenso
proceso de democratización, en circunstancias que la moral
no ha podido ser despoltronada de su sitial, sólo ha
cambiado su forma, ha cambiado su cara y su sentido.

 Pero, a decir verdad, el negativo pensamiento que
tiene Nietzsche sobre la democracia moderna, viene de mucho
más atrás, cuando hace su crítica  a la
democracia griega, en el momento cuando ésta, según
él, irrumpió en dicha sociedad.  En efecto, la
crítica a la democracia de Nietzsche, fue influenciada sin
duda por Platón,  para quien la democracia fue
un orden que dejaba de lado las cualidades diversas de los
hombres al reconocerlos como iguales.

Nietzsche, incluso va más allá que
Platón,
Ve irrumpir la democracia justo en  el momento cuando se
 extingue la antigua tragedia griega. Valga destacar que,
según Nietzsche, la antigua tragedia griega se
extinguió debido a una decadencia espiritual inducida por
una ideología  recionalizante, optimista y
demagógica. Para Nietzsche, según cuenta en el
Nacimiento de la Tragedia, sería Eurípides quien
causó la muerte por suicidio de la
tragedia, en el momento mismo cuando  llevó  al
escenario a la "masa" jovial de los esclavos, acomodándose
"con ello" a una fuerza que sólo en  el número
tiene su fortaleza. La tragedia de este modo en su versión
original murió, por un exceso de democratización
que se le hizo concurrir en las tablas (escenario).

 Sin embargo, en su antidemocratismo 
Nietzsche fue, ante todo, hijo de su tiempo, desde  la
formación en la elitista intelectualidad de la escuela de
Pforta., a la crisis moral
de una sociedad que se transformaba a pasos agigantados bajo un
exultante progreso. Un pesimismo y escepticismo frente a los
efectos culturales y espirituales de la democratización,
desconfianza frente a las mayorías que advenían al
poder, de todo lo cual terminó haciéndose eco 
el mundo académico alemán del siglo XIX. En sus
obras  "Aurora" y "La Ciencia
Jovial", pone en  primer plano el conformismo como amenaza a
los individuos y el rechazo del principio de igual en nombre de
la afirmación de lo individual, de lo diferente. Nietzsche
constata la contradicción entre el incremento de las
diferencias individuales en su siglo democrático, y la
uniformidad moral, de la que acusa tanto al cristianismo como a
la democracia política,  frente a los cuales
 exige, enfáticamente, el derecho al desarrollo
individual.

.Pero en esto de la moral, tanto en lo filosófico
como en lo político, Nietzsche no hace muchos distingos,
los mete, por decirlo de algún modo, en un mismo saco. En
este contexto, uno de los aspectos que Nietzsche ataca más
reiteradamente en la moral establecida es su formalismo, su
formalidad, el carácter legislativo de sus prescripciones
–el imperativo categórico de Kant-. Cada
precepto moral aspira a ser universal y necesario para todos los
hombres en todos los casos.

 Así por ejemplo, cuando critica a los
filósofos por ese afán de buscar la verdad, una
única verdad que sea universal  y absoluta, tal cual
la busca el religioso, también critica la política
moderna,  más bien, a los políticos modernos
por andar estos últimos en el afán de imponer la
democracia y el igualitarismo,  como expresiones
máximas del ideal político. En uno y
otro

 

 

 

 

 

Autor:

Hernán Montecinos

Escritor-ensayista

Partes: 1, 2
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